Thursday, April 25, 2024
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Genio por inspiración

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Romario

Genio por inspiración

Hace décadas que el mundo no se cansa de citar a Thomas Alva Edison, y casi todos coinciden con el inventor estadounidense cuando dijo que “la genialidad es un 1% de inspiración y un 99% de transpiración”. Casi siempre.

Detrás de la mayoría de las historias de éxito existe algo que permitió a sus protagonistas marcar diferencias, y que dista mucho de ser glamuroso: dedicación y trabajo duro. Y también resulta difícil aceptar que alguien pueda ser un genio de inmediato, sin necesitar esforzarse para lograrlo. Sin embargo, Romario de Souza Faria siempre ha asegurado que en su caso, por el contrario, fue exactamente así.

“Cuando nací, Dios apuntó con el dedo y dijo: ese es”. Podemos creer o no la famosa frase del delantero, pero una cosa es cierta: Romario sí lo creía. O, por lo menos, actuó durante toda su carrera con la confianza de quien se veía realmente predestinado a ser un genio del área, incluso sin ese 99% de transpiración. Y tan seguro estaba de ello que ni siquiera se preocupó nunca de ocultarlo.
Hasta quien acababa teniendo más trabajo por culpa de ese aspecto dionisíaco del brasileño no dejaba de admirar la facilidad con la que le sucedían las cosas. Por ejemplo, Johan Cruyff, su entrenador en el Barcelona, quien según Romario algunas veces se vio obligado a concederle días de descanso para viajar a Brasil. Romario proponía la apuesta: “Si marco dos goles, ¿me dejarás marchar?”. El holandés aceptaba, Baixinho salía al campo, marcaba los dos goles y viajaba. Así de fácil. “Tenía una calidad asombrosa. Hasta sin esforzarse, hacía cosas geniales”, lo definió Cruyff.
Cuando Romario se convierte en Romario

Pero antes de ser el delantero centro para quien todo ocurría de forma natural, las cosas fueron más difíciles. Romario creció en un hogar humilde del barrio de Vila da Penha, en Río de Janeiro, donde comenzó a jugar en el Estrelinha, un equipo de fútbol sala creado por su padre, Edevair. No obstante, por modesto que fuese ese entorno, su talento era tal que, a los 13 años, llamó la atención del Olaria, y poco después de las categorías inferiores del Vasco da Gama. A partir de ahí, la historia ya empieza a ser familiar.

En 1985, con 19 años, Romario se incorporó al primer equipo del Vasco, y durante las tres temporadas siguientes se convirtió en un semidiós en el estadio de São Januário. Su desempeño lo condujo a la selección brasileña que se colgó la medalla de plata en el Torneo Olímpico de Fútbol Seúl 1988, donde fue el máximo realizador, con siete dianas en seis partidos. Era la exhibición que faltaba para que su capacidad de hacer goles resonase fuera de Brasil. El entonces campeón de Europa, PSV Eindhoven, comandado por Guus Hiddink, fue el más rápido. En Holanda, o Baixinho se proclamó tres veces campeón de liga, y comenzó a pulir de forma definitiva la confianza en sí mismo que hacía de él un artillero tan temible como locuaz. “Es el jugador más interesante con el que he trabajado”, confesaría Hiddink años después. “Antes de partidos importantes, cuando había algunos nervios, se me acercaba y decía: ‘Coach, tranquilo. Romario va a marcar y vamos a ganar’. Y sí que marcaba. En ocho de cada diez partidos de esos, hacía el gol de la victoria”.

30 goles, un título mundial

Y lidiar con ese carácter desbocado, a veces insolente, tendía a ser más delicado para los técnicos de la selección brasileña, que no convivían con Romario a diario. En gran parte debido a eso, su carrera con la camiseta canarinha estuvo marcada, en iguales proporciones, por los goles y los desencuentros. Su condición de héroe nacional comenzó a construirse en la Copa América de 1989, cuando, en una época de sequía de títulos, la Seleção se proclamó campeona en el Maracaná al vencer por 1-0 a Uruguay, con gol suyo, de cabeza. Y entonces llegó el primer contratiempo: tres meses antes de la Copa Mundial de la FIFA Italia 1990, el brasileño se lesionó. Se recuperó en una auténtica carrera contrarreloj, y fue convocado por Sebastião Lazaroni, aunque solo entraría en juego durante algunos minutos, en un encuentro contra Escocia. Su primera participación en el mayor escenario del fútbol no daba la menor pista de lo que estaba por venir.

Fue después cuando empezó lo que podría considerarse el auge de la carrera de Romario. El atacante fichó por otro equipo entonces campeón de Europa, el Barça de Johan Cruyff, como cuarto extranjero del plantel, en una época en la que solo podían coincidir tres en la cancha. Los otros eran nada menos que el búlgaro Hristo Stoichkov, el holandés Ronald Koeman y el danés Michael Laudrup. Aun así, Baixinho llegó y, del mismo modo distendido que dijo “es un placer estar aquí”, prometió en su presentación que en la temporada 1993/94 marcaría… ¡treinta goles! ¿Qué sucedió? Llegó a la última jornada, ante el Sevilla, con 29 en su haber, firmó su 30º tanto en 33 partidos y salió del campo como máximo goleador del torneo y campeón de liga. Así de sencillo.
La única pega es que, a pesar de todo ello, Romario no estaba siendo convocado por la selección. Y era así después de haberse quejado públicamente por no recibir la llamada de Carlos Alberto Parreira para un amistoso al final de 1992. Pero, obra de Dios o no, todo acabó favoreciéndole: Brasil pasó apuros en la competición preliminar, con lo que la afición reclamó su presencia. Poco antes del último encuentro de clasificación, frente a Uruguay en el Maracaná, Müller se lesionó. Romario regresó de inmediato, aclamado por el público, como titular y gran esperanza. Tuvo una actuación histórica, materializó los dos goles de la victoria por 2-0 y dio el primer paso hacia la que sería “su” Copa Mundial de la FIFA: el título que lo situó definitivamente entre los grandes de la historia.

Romario participó en casi todas las acciones ofensivas del combinado brasileño campeón de Estados Unidos 1994, y se adjudicó el Balón de Oro adidas como mejor futbolista del certamen. “Estoy seguro de que Brasil no habría ganado de no ser por él”, asegura Johan Cruyff. “Eso ya lo dice todo. Romario fue, junto a otros dos o tres jugadores, uno de los mejores de la década de los 90”.

Llorar y marcar

A partir de aquel decenio, comenzó un periodo en que, poco a poco, se creaba la impresión de que los días de mayor gloria de Baixinho habían quedado atrás. Primero, con la decisión más que sorprendente de dejar Europa, en pleno apogeo de su carrera, para regresar a Brasil, y fichar además por el Flamengo, rival del Vasco da Gama, club con el que había dado sus primeros pasos como futbolista.

Pero Romario siempre fue más allá de lo que se esperaba, entre glorias y frustraciones. De estas últimas, destacaron dos: verse obligado a renunciar a la Copa Mundial de la FIFA 1998 —tuvo que abandonar, lesionado, la concentración del equipo en Francia— y quedarse fuera del siguiente torneo, el de 2002, por decisión del técnico Luiz Felipe Scolari. En ambas ocasiones, Romario compareció en público y lloró. Ya fuese por los títulos o por las declaraciones, a lo largo de toda su carrera no dejó de acaparar titulares.

Cuando ya no era un atacante temible por sus explosivos arranques, sino “solo” un delantero centro más estático, un matador, se le consideró en innumerables ocasiones bajo de forma, excesivamente lento. Así ocurrió en sus etapas en el Vasco, el Flamengo, el Fluminense y algunas breves experiencias en el extranjero. Pero el supuesto “fin de carrera” de Baixinho duró años. Llegó a convertirse en máximo goleador de la liga brasileña de 2005, a los 39 años, y también celebró —según sus cálculos, que incluyen partidos no oficiales— los mil tantos de su carrera, en 2007.

Y todo eso, es bueno recordarlo, únicamente a base de inspiración. “Yo nunca fui un deportista. Si hubiese llevado una vida ordenada, habría marcado aún más goles. Pero no sé si sería feliz como lo soy hoy”. Así se limitó a resumir el delantero su ética de trabajo. No hay ninguna duda de que funcionó. Pero, decididamente, no es algo que pueda hacer cualquiera. (Fuente: FIFA.com)

 

 

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